En escena, una mujer, un micrófono, una carta sin abrir... La mujer. Rocío. Su relato se remonta hacia atrás y se proyecta hacia adelante, hacia su hija. La historia de tres generaciones que se unen en una única narrativa contada y cantada a través de canciones inéditas. Rocío, al hacer balance de su vida, nos lleva, de manera alegre y desenfadada, pero también tierna y decidida, a replantearnos los estereotipos de género, las relaciones patriarcales, los modelos de lo masculino y lo femenino, contados y cuestionados a lo largo de tres generaciones de mujeres que son una sola línea del tiempo, cambiante y transformadora, portadora de un mensaje de esperanza para toda la sociedad. El micrófono. El micrófono es para cantar. Porque Rocío, cuando deja volar su pensamiento, su memoria, su imaginación, lo hace cantando. Es una de esas mujeres que lo tuvo que dejar todo para ocuparse de los suyos, para sacarlos adelante. Sin embargo, no se lamenta, porque no se resigna. Es una luchadora. Y por eso Rocío canta en escena. La carta sin abrir. Es una carta de la Universidad, en ella se notifica si la hija de Rocío, Leia, ha sido admitida como Lectora de Español en la Universidad de Estambul. Leia se llama así porque su madre, cuando vio La Guerra de las Galaxias, se dijo a sí misma: «esa mujer podría ser yo, ¡me encanta!». Hoy por hoy, Leia tiene 24 años y toda la vida por delante, y Rocío está esperando a que vuelva a casa, impaciente, para abrir la carta y saber si su hija ha sido o no admitida. ¡Hay tantas galaxias que descubrir ahí fuera! Así que, si su hija finalmente tiene que partir, Rocío le dirá: «Querida Leia, que la fuerza te acompañe».